Blumberg Vs. Arslanian



Independientemente de que al Ministro Arslanian puedan caberle calificaciones tales como hipócrita, mendaz, o bien que se diga que carece de la pericia necesaria para desarrollar eficazmente las tareas que la ciudadanía espera de su función - enfatizamos que quien espera es la ciudadanía y no el jefe del ministro, ya que al Gobernador Solá evidentemente le importa un pito lo que este tipo hace sino ya lo hubiera despedido o reconvenido o mínimamente llamado a reconocer la verdad, pero claro, es político - decíamos, independientemente de que el ministro miente o es un inepto y se hace eco de mentiras, los dichos del completar a gusto Blumberg hablan más de si mismo que del primero. En efecto, todos sabemos que el alcoholismo es una lamentable enfermedad o que cualquiera que atraviesa mínimamente un estado de angustia ya se encuentra en condiciones de tener que efectuar una consulta psiquiátrica en busca de ayuda para sobrellevar el cuadro. Pero el completar a gusto Blumberg hace una vez más muestra de un intelecto cultivado a la luz de las enseñanzas de Juan de Torquemada, tratando de demonizar al otro, ¡Arslanian tiene a Satanás en el cuerpo! querría poder gritar, pero sabe que a tanto no puede llegar: no se puede meter con lo que le es propio a la institución Iglesia argentina y sectas que ofrecen exorcisarnos para parar de sufrir, entre otros. No obstante, en su discurso, la enfermedad no es otra cosa que algo que le pasa a quienes hacen mal las cosas, el demonio de la locura, el demonio del alcohol. Claro, él no puede decir, por razones obvias, que Arslanian miente: es que el demonio de la mendacidad lejos de enfrentarlos, los une.

A propósito de Blumberg, creencia, títulos y esas yerbas, hace un tiempo que quiero compartir un párrafo de una carta que Umberto Eco escribió al entonces Obispo de Milán, Carlo María Montini, nota que tiempo después formaría parte del intercambio epistolar que daría lugar a "En qué creen los que no creen" (1996).

Leemos:

"Querido Carlo María Montini:

Confío en que no me considere irrespetuoso si me dirijo a usted llamándole por su nombre y apellidos, y sin referencia a los hábitos que viste. Entiéndalo como un acto de homenaje y prudencia. De homenaje, porque siempre me ha llamado la atención el modo en que los franceses cuando entrevistan a un escritor, a un artista o a una personalidad política, evitan usar apelativos reductivos, como profesor, eminencia o ministro. Hay personas cuyo capital intelectual les viene dado por el nombre con el que firman las propias ideas. De ese modo, cuando los franceses se dirigen a alguien cuyo mayor título es el propio nombre, lo hacen así: "dites-moi, Jacques Maritain", "dites-moi, Claude Lévi-Strauss". Es el reconocimiento de una autoridad que seguiría siendo tal aunque el sujeto no hubiera llegado a embajador o académico de Francia. Si yo tuviera que dirigirme a San Agustín (...) no le llamaría "Señor obispo de Hipona" (porque otros después de él han sido obispos de esa ciudad), sino "Agustín de Tagasta". [...]"

Dr. Alberto Carlos Bustos - The Parrot Shell University - Maciel Island

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