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ESPERABA

Trataba de dejar pasar el tiempo –como si esto dependiera de él- hasta que llegara la hora de encontrar a su hija. Este hombre caminaba lentamente por Scalabrini Ortíz y su pensamiento por Canning. Han pasado tantos años y sin embargo no se ha hecho al nuevo nombre de la avenida, como le ha sucedido con tantas otras cosas. Dobló por Guatemala. Una pareja de chinos parecía discutir en la puerta de su negocio: no se sabe nunca cuándo estos tipos discuten -pensó- quizá festejen la caja de la jornada o la visita de un pariente que llega desde su patria... después de todo sonríen en situaciones en las que nosotros puteamos. Dejando atrás a las voces de los chinos llegó a la esquina de Malabia y allí una idea cruzó como un rayo por el medio de su cabeza iluminando a su paso otros pensamientos ya olvidados, desempolvándolos en su letárgico y anodino estar.

NO LOS HABIA ESCUCHADO

Le había pasado que al escuchar hablar a una persona del interior del país o algún inmigrante no había podido entender nada hasta que su oído se pudo acostumbrar al acento. También sucedía en sus clases de inglés algo similar: haciendo listening le llevaba un tiempo acostumbrar su oído para poder interpretar los diálogos. Supongamos -se dijo a sí mismo- que en realidad los chinos no hablaban en chino sino que hablaban español muy mal, con un acento muy cerrado: por su fisonomía y sus gestos inferí que hablaban en chino. Luego, que yo no podría entender una sola palabra. Por lo tanto, no presté mayor atención a lo que decían, es decir, no los escuché.

Y LOS PENSAMIENTOS DURMIENTES SE DESPEREZARON

Estableció una analogía con algo que había pensado la última vez que discutió con su mujer: no recordaba muy bien la situación pero sí el sentimiento. Se recordaba a sí mismo tratando de que su pareja entendiera que lo que él intentaba transmitir de ningún modo era una crítica a las acciones y pensamientos de ella y que, por el contrario, simplemente estaba tratando de describir el paisaje de su propia alma, sin establecer comparaciones con la de aquella. Recordaba que esto era imposible y que cada palabra qué él decía era interpretada por ella como una daga oxidada y sin filo hundiéndose en sus entrañas. Llegando a Charcas se ruborizó al pensar que estaba sonriendo al evocar la idea que tuvo en aquel instante: había pensado que ella tenía una tara, no en sentido metafórico sino real, concreto, literal. Gracias a esa idea, abandonó su intento de hacerse comprender y calló. Y escuchó. Y asumió que ella sufría un cierto grado de estupidez y que, así como no se deja de amar a quien padece una apendicitis, tampoco era motivo suficiente un ligero grado de insensatez como para que él dejase de amarla, comprenderla y en definitiva, bancarse estos esporádicos momentos de mal humor.

MAS SIN SER CATEGORICO

Ahora había encontrado una explicación que, en cierto modo, le evitaba el inconveniente moral de tener que asumir que su mujer era tarada y, lo más inmoral, seguirle la corriente, por algo un tanto más noble o al menos compartible... incluso con ella. Ya por Charcas y regresando hacia Malabia, concedió que ella no era culpable de no entenderlo. En aquel momento él había sido como un chino para ella. Por sus gestos, sus ademanes, el tono de su voz, era imposible que ella comprendiera el mensaje que él enviaba. Esta idea le resultaba clara como el aire que precede al agua del estanque.

DOBLO DESDE CHARCAS POR CANNING

Y con esa cuota homeopática de felicidad generada a partir de la sola idea de que su mujer no era tarada, gozando de ese pequeño hallazgo intelectual, volvió a doblar por Guatemala, pasó nuevamente por el negocio de los chinos y comprobó que hablaban en su idioma natal.

Dr. Alberto Carlos Bustos - The Parrot Shell University - Maciel Island

Comentarios

vlc dijo…
Sencillamente, magistral.
Anónimo dijo…
-ME PIACE- pero me piace
saludos

JAMES no SMART

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